el respeto y sensibilidad con que están escritos... Me gustó especialmente este artículo acerca de la Identidad de la maternidad/paternidad, se titula Ser o no Ser.
Estamos acostumbrados a escuchar expresiones del tipo “además de padres somos personas” o “durante la semana soy una trabajadora y los fines de semana soy madre”.
Casi todos empleamos, en uno u otro momento, expresiones que desdoblan la personalidad de uno mismo en dos funciones: la de padre/madre y cualquier otra (esposa, mujer, trabajador). Como si la paternidad y la maternidad fueran hechos circunscritos al tiempo que pasamos con nuestros hijos o pensando en ellos.. y todo lo demás fuera nuestro “otro yo”.
Este tipo de pensamiento, este abordaje de la paternidad como una tarea (en la que ponemos todo nuestro amor y energía, eso si) que llevamos a cabo al margen casi de nosotros mismos o, como mucho, como parte fundamental de nuestra personalidad que se complementa (si puede) con todo lo demás, empobrece terriblemente el concepto de paternidad y lo aleja de la verdad.
Nos hace daño porque nos da a entender que el hecho de ser padres excluye la realización de cualesquiera otras funciones vitales, por lo que nos ubica, inconscientemente, en una jaula de oro desde la que observamos al resto de los mortales como seres libres de ser “ellos mismos”.
Es fácil caer atrapados en esta forma de acercarse a la paternidad y la maternidad (“soy madre pero también soy una mujer”) porque a todos los padres nos resulta, en ocasiones, abrumadora nuestra nueva condición vital. Nos aferramos a este mapa de las cosas porque nos da la esperanza de que “ahí fuera” hay algo más que ser además de lo que somos.
De hecho, cuanto más aferrados estamos a este concepto más abrumadora nos va a resultar la paternidad: ¿Quién no ha quedado una noche con las amigas “para tomar unas copas, como antes (de ser madres, se entiende)” y se ha pasado la mitad de la noche pensando en sus hijos, incapaz de desconectar de aquello de lo que huye?
Cuando nos sentimos culpables por estar riendo con una amiga delante de un refresco (se entiende que nuestro hijo ya es mayorcito y está tranquilamente con papá en casa), lo que pensamos es que hemos abandonado a nuestro hijo.
Y nos sentimos culpables con razón, porque es cierto, le hemos abandonado. Pero no en el sentido literal (que es el que nosotras creemos, equivocadas, con lo cual volvemos a nuestra jaula dorada durante unos meses, hasta que no podemos más y repetimos la historia), sino en un sentido simbólico. Si salimos de casa para “ser otra” durante una noche, estamos claudicando en nuestro compromiso. Nos estamos quitando la piel de la maternidad para ponernos supuestamente otra. Y lo que en realidad sucede es que nos quedamos desnudas y desnudos.
El secreto, obviamente, está en el hecho de que es imposible huir de lo que se es.
No se trata de no salir una noche con las amigas, se trata de que somos madres y padres que salimos una noche a pasarlo bien. Es una cuestión de matices. Si comprendemos que la paternidad y la maternidad nos permiten ser nosotros mismos de muy diferentes formas, no pereceremos ni bajo la culpa del abandono ni bajo la sensación de vivir encarcelados y anhelando mejores vidas.En realidad, ser padre y madre son hechos totales. No es un rol, ni una actividad. Es un estado vital.
Por un lado, fisiológico, puesto que el hecho de ser padres significa que nuestra actividad biológica ha hecho posible la creación de otro ser vivo, es decir que nuestra carga genética se ha unido a otra para constituirse en un ser diferenciado de nosotros, por lo que nuestra misión biológica en esta vida –la reproducción como impulso perpetuador de la especie- está cumplida-. Fisiológico en el sentido más estricto de la palabra para la mujer, cuya gestación y partos se suman a la memoria de su organismo, transformando éste para siempre. Y fisiológico en un sentido más extenso para el hombre, cuya dotación genética ya anda fuera de él para ser trascendida por generaciones.
Paternidad y maternidad son estados vitales también en un sentido profundo y psiquico, pues el hecho de ser padres desencadena en el ser humano (hombres y mujeres) nuevos funcionamientos neuroquimicos (entre los cuales se incluyen, por ejemplo, el aumento de niveles de hormonas como la oxitocina que nos predisponen a prodigar cuidados a la propia especie, entre otras cosas) que a su vez desatan un torrente de emociones y afectos que re-conforman la estructura psiquica de la persona. Esto se traduce en el recorrido personal al que nos aboca la paternidad, el reencuentro con nuestra verdadera naturaleza y el nacimiento de un nuevo yo transformado. Ser padres nos convierte en otras personas. No hay marcha atrás, así como la mariposa no puede volver a ser larva.
Desde un enfoque sistémico, la paternidad nos reubica respecto al mundo entero, respecto a nuestra familia (pasamos de ser hijos a ser padres), nos confiere un nuevo status en relación a todas aquellas personas y sistemas con los que estamos vinculados. Hay un movimiento, la paternidad y la maternidad, que mueve y convulsa lo que hasta el momento permanecía establecido, influyendo no sólo en nuestras vidas y afectos sino en las vidas y afectos de los que nos rodean. Nuestros padres pasan a ser abuelos, nuestros hermanos tíos, nuestros primeros hijos hermanos.
La paternidad es, entonces, un hecho total, un estado vital. Lo más parecido a esta definición podría ser el hecho de estar vivo o muerto. La vida, así como la muerte, lo abarcan todo. Así sucede con la paternidad. Se es padre o no se es.
Por eso, cuando uno dice: “además de padre soy deportista” está siendo tan redundante como si dijera “además de estar viva, quiero ser una profesional”.
Este ejemplo es un poco extremo, pero ilustra muy bien lo que siento cuando escucho o digo expresiones de ese tipo.
Sin ir tan lejos en la comparación, podríamos también pensar en un estado vital que uno asume con total compromiso: el matrimonio. Pocas veces escuchamos decir “si, estoy casada, pero además quiero ser una persona ¿eh?”. Nadie duda que lo fuéramos, ¿no?.
El matrimonio es un estado civil que incorporamos a nuestra identidad con facilidad y que nos acompaña en todas las parcelas de nuestra vida.
¿Por qué no sucede lo mismo con la paternidad? ¿Por qué intentamos acotar nuestro estado de padres a unas áreas y dejamos fuera las demás?
¿Acaso es incompatible ser padres con ser viajeros, deportistas, ardientes, trabajadores, estudiosos e idealistas? No lo es.
De hecho, la paternidad inaugura nuevas compatibilidades hacia nuestros anhelos. Quizá no seamos del todo conscientes, pero el arrojo y la seguridad en sí misma que muestra esa ejecutiva cuando negocia un contrato millonario, la obtuvo gracias que se vió a si misma capaz de conseguir una lactancia exitosa. La capacidad de tolerar la ansiedad que vemos en ese deportista antes de una carrera, la ganó para sí gracias a haber lidiado, contenido y tolerado las interminables noches de llanto de su bebé. El idealismo y la alegría de esa actriz son el resultado de la enfermedad que superó su hija mayor. El tesón y el optimismo de ese médico que salva vidas los obtuvo después de superar el aborto de su primer hijo.
La maternidad y la paternidad envuelven nuestra vida. Están en todo lo que hacemos, en todo lo que hoy somos. Nos aporta nuevas capacidades personales, porque maternidad y paternidad son estados vitales de confrontación constante con la propia historia, la propia vida, la propia verdad.
Y en su largo recorrido (porque es toda una vida), nos brindará las ocasiones de realizarnos personalmente de diferentes formas y en diferentes ámbitos, según vaya madurando en paralelo nuestra relación con nuestros hijos. Los hijos nos van a ir necesitando de diferentes formas a lo largo de su vida: si mantenemos con ellos el compromiso de atender sus necesidades, observaremos que con el tiempo se irán desplegando ante nosotros diferentes caminos de expansión personal. Llegarán los ratos de ocio con los amigos, la intimidad con la pareja, el trabajo que nos gusta, ese viaje que soñamos. Llegarán igual que a la vida de nuestros hijos llegarán también los amigos, el gusto por descubrir el mundo, la familia extensa o las aficiones personales.
Ser padres (al igual que ser hijos) no es un estado rígido, es un estado vivo, que fluye como un río a lo largo de los años y que nos va a permitir entregarnos a ese compromiso de diferentes formas y maneras y, por tanto, relacionarnos con el mundo, con nosotros mismos y con los demás, desde distintas perspectivas.
Así, seguimos siendo madres y madres cuando bailamos con una copa de más en el cuarenta cumpleaños de nuestros mejores amigos. Lo somos cuando negociamos con el banco las condiciones de la hipoteca o cuando hacemos el amor.
Seguimos siendo padres, aunque en ese momento no estemos pensando en pañales, ni en muslos regordetes, ni en educación. Porque padres y madres no es lo que hacemos en un momento dado: es lo que somos.
Es cierto, no hace falta pensar en nuestros hijos cuando hacemos ese brindis entre amigos (aquellos del cumpleaños), ni cuando tenemos una sesión erótica con nuestra pareja, ni cuando cenamos en un romántico restaurante.
Pero sí podemos agradecerles, cuando desayunemos con ellos al día siguiente, que nos hayan enseñado a disfrutar de la vida como sólo los niños (y ahora nosotros) saben hacerlo.
Violeta Alcocer.-
Me gusta especialmente el artículo porque expresa muy bien el descubrimiento de que la maternidad no es una tarea (como un nuevo trabajo o una actividad a desarrollar), algo para lo cual si cumplimos ciertas reglas y atendemos a "expertos" podremos desempeñar bien... sino que la maternidad es una identidad, es un cambio integral (físico, emocional, mental..) del ser y del vivir, es un camino que comienza con el nacimiento del bebé y que nos cambia para siempre... Y que nos hace ver la vida de otra forma, nos ayuda a priorizar lo importante y que nos permite conocernos mejor, descubrirnos mientras acompañamos a nuestro hij@ en el caminar.
Buenas noches de luna creciente
Isa
2 comentarios:
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Muy bueno, me ha encantado. Un beso.
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