Este
verano he vuelto a encontrarme cara a cara con ella, una montaña de León
querida y caminada. La montaña seguía igual, grande inmutable y hermosa, yo no.
Como me decía una amiga, los tiempos de la montaña son más lentos y es así, en
13 años miraba para atrás y casi no podía reconocer mi vida, mi cuerpo, mis
ilusiones y mi mirada al mundo. Hay cosas que quedan, otras han aparecido
nuevas.
Y
ahí, subiendo, caminando, me encontré con lo parecido y familiar que me resulta
esta experiencia montañera con otro gran viaje de mi vida, el parto y el
posparto de mis hijas.
La
cima a veces la ves y otras no, a veces parece cerca y otras lejos, fantaseo
sobre cómo será llegar arriba, las vistas, la cumbre, mientras sé que para
subir hace falta caminar, así de simple, un paso, respiro, otro paso, parecen
tan chicos estos pasos y sin embargo cuando miro atrás veo un gran trecho
recorrido.
Llevo
una mochila pequeña, con cosas que creo me van a ayudar, sin embargo mientras
subo echo en falta algunas y otras me sobran y las tiraría montaña abajo. Así
recuerdo la cantidad de libros, consejos recibidos, listas de qué llevar o no
al parto y lo poco que atiné, creo mi “mochila” para esa experiencia fué pesada
y poco útil y así aprendí que a la vida y al parto va bien ir con poco peso, ir
ligera y abierta.
Hay
momentos en que no hay mente mientras subo la montaña, esos son los mejores
momentos, sólo yo y la montaña, en presente, caminando y respirando. Me paro y miro
el paisaje, respiro. Si aparece el pensamiento, inunda la experiencia y dejo de
sentir el verde, el aire y mis pies. Me paro y me doy cuenta de que estoy
cansada y de que luego tengo que volver. Esta vivencia de que uno no sube una
montaña hasta que no la baja me recuerda lo importante que es tener visión de
que la maternidad incluye embarazo-parto-posparto, estas estaciones no son
independientes, están interrelacionadas. Cuando estaba embarazada tuve la visión
muro que tienen muchas mujeres de no ver más allá del día del parto (no ver de
forma realista vaya, porque mi visión era la de un bebé risueño y dormido y una
madre preciosa con la melena al viento) y me encontré con que el parto es una
puerta detrás de la que está el resto de mi vida como madre.
Hay
momentos límites, de no puedo más, y aún así puedo seguir, ¿de dónde sacaré las
fuerzas? Es una extraña mezcla de cansancio, dolor, alegría y de ser pequeña
haciendo algo muy grande. Subir la montaña duele a ratos, se disfruta a ratos,
no por ello dejo de hacerlo, no buscaría una ayuda de una intervención o una
medicina salvo que estuviera en riesgo mi vida o me pasara algo o tocara un
lugar límite para mi. Me siento fuerte y capaz.
Subir
con alguien me ayuda, está claro que el esfuerzo lo hago yo sola, nadie me sube
la montaña, veo a mi pareja unos pasos más adelante, me espera, compartimos
refrigerio y agua y eso me anima, me siento acompañada.
Y
hasta aquí llegué, la cima está a sólo unos metros, pero yo me encuentro muy cansada,
no me queda agua y necesito energía para bajar y me planto, decido no seguir.
Esta opción no está disponible del todo en un parto, es decir, el bebé tiene
que nacer por algún lado ;-), lo que me resuena es la sensación de límite de hasta
aquí llegué (en el parto este momento suele ser la antesala del nacimiento del bebé, un momento de transición límite que hace falta atravesar), también e suena esto del posparto. En esta montaña yo tenía opción de hacer cumbre o no, en el parto
pensar que podemos elegir todo nos entrampa, podemos elegir dónde dar a luz,
quien queremos que nos acompañe, podemos preferir una forma u otra y hacer algún
preparativo, pero no podemos elegir lo que nos sucede. Es como en la vida,
prefiero me pase esto o aquello, y seguro pongo de mi parte para que ocurra, ahora
bien, hay algo que forma parte del misterio que me encuentra, aunque no haya
sido mi “elección”. Poder rendirnos y aceptar lo que viene parece una sabia “elección”
la de elegir cómo acojo lo que me pasa sin dejar de poner de mi parte.
Dice
Byron Katie que tres clases de asuntos, mios, de los demás y de Dios. De los
únicos que nos podemos hacer cargo son de los propios. Qué verdad.
Y
así, tras optar por no hacer cumbre, me pude regalar un rato extra de vistas,
de descanso, de conexión con la aceptación y el rendirse. Este un lugar conocido también en la maternidad, y desde ahí uno puede comenzar el ascenso/descenso de la montaña.
Bajar, bajar, bajar, un paso otro paso, de nuevo largo el camino, encontrando
nuevos senderos, apoyo, momentos
críticos, apoyo, cuidarse, falta de apoyo… ufff!!
Y
la sensación de bajar la montaña con los pies doloridos, el cuerpo cansado y
con alma cantarina, con una sensación de yo puedo, lo conseguí.
Ahí
me encontré con la montaña, con mis partos, con el laberinto y con el viaje de
la vida.
Un
abrazo de Otoño cálido y con olor a castaña y a hoja
2 comentarios:
Isabel ,gracias por compartir este a sentir que percibo lleno de belleza y Presencia.Bonita metáfora,para mi,de Compromiso con el «momento presente» de andar el camino ligero de equipaje y con corazón «andarin» para percibir con admiración y asombro lo recorrido,sin que los pensamientos sobrepasen ese momento y distraigan al corazón, del Misterio de la montaña,y sin eludir el sendero que se desdibuja ante los ojos con temor a dejar de Ser .«No andéis preocupados por el día de mañana» La felicidad y plenitud se encuentran aquí y ahora sea cual sea el lugar,la circunstancia o el tiempo.
Adentrándose en el laberinto de la travesía unas veces sol@ y otras en compañia la consciencia se expande y se libera una gran fuerza que es el impulso mismo de la vida que con generosidad infinita y transformadora expande nuestro corazón maternal/paternal.
Gracias Isabel,me ha encantado !:)
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